Quiero escribir sobre esto porque me parece que es un tema muy recurrente en el ambiente artístico y también porque, en especial, es algo que vengo resolviendo en mí misma desde hace un tiempo atrás. Voy a empezar con una anécdota.
En el mes de octubre, tuve un regalo muy hermoso durante la función de “Desierto Profundo”. Antes de empezar el concierto, una mujer sorda, llamada Carmela, se me acercó. Carmela fue invitada por la actriz que participaba como narradora en la obra. La actriz me pidió que cantara algo antes de la función, para que Carmela tuviese la oportunidad de escucharme. Esta experiencia sí que era nueva para mí, me emocionaba mucho y por supuesto que accedí.
Carmela llegó y puso sus manos en mi pecho y mi espalda. Yo tomé una de sus manos con tanta fuerza, creo que era yo la mas emocionada. Le canté dos frases de Andelia, el personaje que cantaría esa tarde. Cuando volteé a verla, tenía los ojos lagrimosos, creo que si yo seguía cantando, alguna de las dos terminaría por llorar.
Después me acerqué a la actriz con curiosidad, pidiéndole que le preguntara a Carmela que había sentido cuando le canté. Esta fue la respuesta de Carmela: “sentí como tu voz iba subiendo y bajando, sentí su fuerza y como se proyectaba, tu voz me conmovió”. La actriz me dijo que le sorprendió mucho la reacción de Carmela: esta era la segunda vez que Carmela estaba grandemente conmovida a través de un músico.
No puedo ni explicarles lo que sentí. Cómo ella me describió me dejó perpleja, porque cualquiera viendo mi apariencia pensaría mas bien que mi voz es “pequeña” o “dulce”. Carmela me escuchó con su corazón.
Me quedé reflexionando un poco, en el regalo maravilloso que me hizo Carmela. Me sorprendió el hecho de cómo una mujer sorda pudo ser capaz de sentirme y de ver más allá de lo evidente. Me hizo recordar y agradecer el don especial que hay en mí, un don que muchas veces critico.
El estudio tan riguroso de la voz o del canto hace que a veces solo veamos los errores o las fallas que tenemos. La búsqueda constante por la perfección en lo que hacemos nos vuelve a veces implacables cuando las cosas no salen como quisiéramos. Como les he comentado en otra de mis notas acá, yo he llegado al punto de que nada de lo que escuchaba en mi propia voz me gustaba, no soportaba incluso oírme (este es un tema que trataré a fondo en algún otro momento).
La voz es un instrumento tan fuerte y frágil al mismo tiempo. Qué importante es trabajar en equilibrio, saber detectar y observar los puntos por mejorar, sin ser duros con nosotros mismos o con los demás. Si no, puede que nuestro carácter artístico se vuelva amargo, mermando todo lo valioso que poseemos y llenándonos de tensiones y bloqueos.
No voy a negar que muchas de las cosas que nos dicen influyen mucho en lo que pensamos o sentimos. Sabemos que eso es una realidad inevitable, entonces, ¿por qué nos vamos a sumar a la crítica de los demás sobre nosotros?
Cada uno conoce su camino y el proceso en el que está, dónde empezó, el recorrido, lo que hoy está viviendo y las metas y los sueños que se ha trazado. El camino es único, la voz es única y todo en absoluto, incluso los errores y fracasos, es valioso e importante.
Por ende, sigamos firmes en nuestro andar, trabajemos, estudiemos, aprendamos de nosotros mismos y de los demás, sin castigarnos cuando el resultado aún no es como quisiéramos o cómo quisieran los demás.
Es mi deseo que a pesar de los altibajos inevitables de esta carrera, de la vida misma, podamos mantener el equilibrio justo, entre nuestros pensamientos y nuestras acciones, sin criticar con dureza todo lo que somos o tenemos.